Declaración de intenciones

No hay intenciones: Este es nuestro recorrido salvaje hasta que vemos brillar el sol, nuestro crimen y castigo nos obliga a confesar lo que está ocurriendo en Barcelona, porque realmente algo está pasando. Nuestra experiencia cabalgando por los distintos bares de la ciudad ha sido fulminante. Ahora juzgamos y sentenciamos. Decimos qué sitios son los buenos, y cuáles son una puta mierda.
Convenceros de que para ser alternativo, hay que buscarse las alternativas.

Good luck.

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viernes, 1 de agosto de 2008

Granados 83

Nombre: Granados 83.
Zona: Eixample Gay (Punto G).
Dirección: Granados, 83.
Acceso: Suban, suban...

Horario: Hasta la una de la madrugada, pero se irán antes.
Happy hour: Demasiada categoría, ellos consideran que las happy son para la prole.
Especialidad: El sake con alguna guarrada.
Precio consumiciones: Prepárense para lo peor.

Ambiente: Tías jóvenes en grupo hartándose de Cosmopolitan como si estuvieran en "Seso en Nueva Yo."

Impresión:

Alentados por lo prometedor de un chivatazo, nos dirigimos apresuradamente al Hotel Granados, ese era el objetivo. Parece que los que entienden aprecian los secretos del barman de ese lugar como si fueran algo grande. Nosotros no podíamos ser menos y teníamos que verlo, así que el equipo entero de B.N.B. se presentó en el vestíbulo del Granados como algo especial. Hasta entonces no había tenido en cuenta el potencial decadente de los lujosos hoteles de la parte alta de la ciudad. Su entrada es tan espectacular que a uno lo deja en silencio. Un mundo tan ajeno a nuestra realidad es de por si un encuentro emocionante, por lo que presentarse intempestivamente y con nuestras pintas para comprobar la calidad de sus bebidas, era más que una temeridad, pero también una declaración de principios muy nuestra. Tenía entendido que el bar estaba situado en la planta baja. Cuando el recepcionista nos indicó que debíamos tomar el ascensor para ir al ático pensé que ya la estábamos liando. Evidentemente aquello olía a Chaneles y a Pez gordo haciéndole el salto a su aburrida esposa como cada vez que se celebra una convención, por lo que estábamos mudos dentro de la cabina transparente. Así que el ascensor de cristal chutó para arriba a través de un boquete de ladrillos, ventiladores y otras suciedades que querían abogar por un diseño steampunk estilo La liga de los bobos extraordinarios, retro con alta tecnología, y más o menos en ese momento ya habíamos alcanzado el ático. El elevador nos abandonaba ante las vistas de los techos barceloneses en una noche de cielo rojo como si fuera un mal presagio. ¿Existe vida en Marte? Una piscina iluminada contrastaba de forma drástica con las tres mesas esparcidas y los grupos de chicas jóvenes que hablaban de sus cosas en voz baja. Ahí había pasta o almenos se alardeaba de ello, el barman era un cubano que desertaba y que al día siguiente se largaba porque estaba hasta los huevos de tanta buena cara y se comportó preparándonos unas buenas mezclas. Nada más lejos de la verdad: tres mejunges pasables, el timo del día, un ambiente exclusivo riéndose en tu cara, porque ¿qué representan unos cócteles tan caros servidos en copas de plástico? Dudo que ahí dentro se organicen bullas, es más, tienen pinta de echarte a la que levantas mal una ceja, por eso me contuve y no me tiré a la piscina en pelota picada, pero venían ganas de compensar un precio capaz de hundir por completo nuestros presupuestos, por lo que ya podía prepararnos mucha pijada de sake y melón y mil cojonadas que estábamos indignados. No sé si han extraditado al cubano, pero antes de despedirnos para siempre me contó que existía una ruta que hacían los camareros de hostelería de uno a otro bar de hotel. Así se copiaban los unos a los otros y acababan sirviendo la misma mierda. Semejantes hechos me horrorizaron y estuve aturdido el resto de la noche ante la premonición de que inevitablemente la ciudad sería destruida por nosotros mismos.

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